La gracia, el latido y la verdad

Los latidos del corazón son capaces de habitar tanto en la virtuosidad de lo simple como en la complejidad de lo imposible. Son un milagro. Me he dado cuenta de que a pesar que los latidos se dan dentro de nosotros, no son nuestros. Son pura gracia. Asumimos con demasiada facilidad su asiduidad pero la verdad es que cada día nos empujan con manos abiertas sin esperar nada a cambio; solo observando que es lo que hacemos con sus esfuerzos.
Dentro de sus límites se encuentran infinitas posibilidades. Como el que compone una canción con las doce notas musicales, o como el que cambia el mundo con doce discípulos. Todo ello, en las mismas doce horas de la mañana y en las mismas doce horas de la noche. Y entre esos límites siempre se producen los grandes disentimientos que desembocan en revelación; en la gran tensión de lo imposible. Como Aquel que trae redención.
En la tirantez de las fuerzas musculares se producen los latidos. En la tensión de esas resistencias, los latidos se empiezan a mover en un ritmo, en una frecuencia. Parece mentira que la soledad de unas notas dadas por cada uno de los instrumentos pueda sumarse en un todo, formando algo glorioso y que en la discrepancia entre ellas se halle la belleza. La belleza del encuentro, del conflicto y la resolución.
Yo encuentro a Dios en cada uno de esos patrones y en la suma de ellos. La incógnita de lo eterno. Una luz proyectada en la sombra donde habita un sujeto principal, pero donde el espacio negativo revela la verdad. Y busco la afinidad de la norma, donde las cosas casan entre sí sin obligación, como si lo irreconciliable estuviese predeterminado a construirse en armonía hacia el futuro. Allí es donde Dios sopla su respirar, su luz, su vida, su amor. Porque Dios no es estático como la religión trata de demostrar. Dios se mueve, creando, restaurando, redimiendo, revelando su obra a través de nosotros, de cada una de nuestras notas, de nuestros latidos y de la suma de ellos. Allí donde resuenan las preguntas, donde habiten el dolor, el sufrimiento, la decepción y la desolación; el amor se hace hueco. Allí donde haya confusión, caos y desorden, es donde hay una oportunidad para que la luz brille, para que la paz se asiente y para que la vida plena cambie todo lo establecido.
Qué cosas se alcanzarían si dejásemos de vivir en la fragilidad de la soledad y empezásemos a vivir en la fricción de cada uno de nuestros latidos y en la colisión de cada una de las notas de nuestros instrumentos. Un mensaje inclusivo pero exclusivo. ¡Qué gran conflicto el de la empatía! A veces es una línea muy frágil como un acto que oscila entre la vida y la muerte. A veces requiere de obediencia y otras necesita de rebelión, a veces de insatisfacción y otras de sumisión. Algunos deben empujar con coraje y otros con humildad, unos con fuerza de voluntad y otros con sutileza. Pero Dios sigue ahí, en medio de la capacidad y de la insuficiencia, de la pasión y de la rendición, de la teoría y del pragmatismo, de la profecía y la ortodoxia, del espíritu y la carne. Dios es la verdad y la gracia.
Y las mejores cosas están ahí, donde la verdad abunda y donde la verdad es gracia.Todos tenemos lo que necesitamos, esa nota, ese latido, ese impulso que se encadena uno tras otro para dar pie a las palabras de las emociones y a los hechos de nuestras decisiones.
Por eso late de nuevo, a pleno rendimiento, en la tensión de la gracia, donde permaneciendo, la verdad es hallada.